-Libro prohibido-
Un
libro prohibido
es
digno de escribir,
aquel
muchacho atento
y de
adónico perfil.
Maltrecho
inacabado
se
marchó sin redimir
a paso
escatimado
todo
aquello que ofrecí.
Fuese
Bécquer más obsceno
no
supiera qué decir,
pues
callando casi pleno
grita
“¡Sevilla!” al morir.
Con
canto desacoplado
maldije
su treta en mi atril;
recuperé -por él- en un lecho sonado
las
llaves de mí sin vivir.
Tras
diezmo y un soplo de viento
conjuró
un bello canto de abril.
Mes
de un portento jurado,
mi
vida reposa en su fin.
Sentenciado
y muerto en vano,
mi
amante de velos y crin,
aunque
por carácter no debo,
fiel
no fue, lo he de decir.
Algunos
tienen por permisivo
al
que me llevó hasta aquel confín,
por
petición y mandato
de
servidora, mes amis.
Un
libro prohibido
es
digno de escribir,
aquel
muchacho atento
y
de adónico perfil.
“¡Olas
que os rompéis bramando!”,
gritó
él desde el Alcázar.
Tomando
mi vida por ley
sumió
mi ser a vencer,
Adonis
habría de ser.
Bajo
mi túrbida luma
reposan,
¡no una!
Dos
vidas con sus calumnias.
Y
así se roban sin duda
lo
que guardamos de bruma.
Una
mañana temprano,
calló
mi boca abrumado.
“¡Vínose
abajo ese barco,
portaba
mis aguas de Mayo!”
Bandido
extraviado y huido,
no
tardó en ser aplaudido
por
miles y miles de mozos.
Oh,
Señor... Luchaban, ¡por Dios!, con acoplo.
Yo
hoy defiendo este velo,
negro
como el carbón,
carbón
título de oro,
que
en Orio él me consiguió.
“¡Viste
con aplomo este velo!
¡Aplomo
y gran corazón!
¡No
sepa yo de mi amada
una
triste doncella sin sol!”
Sonrío
al observar
la
bahía y el altar.
Altar
que él esperaba
antes
de verse rendido
por
su suerte, fugitivo.
No
temas, mi incoherente bandido.
Hoy
por ti de un salto
me
fundo con ese altar.
Altar
de aguas de Mayo,
por
el que te vi marchar.
Esta también es mía. A veces sólo se trata de escribir, salga lo que salga.
Miriam